14 marzo 2015

DE HUMO Y HUMORES (II)

     A poco fue creciendo aquella niña calva, entre el humo de los que sólo tienen las manos frente al amanecer diario y las espaldas anchas para soportar mejor las injusticias.

     Yo crecía mientras mi padre buscaba nuestro sustento formando parte de las cuadrillas que segaban de sol a sol en los campos de Castilla La Nueva. Era un trabajo durísimo. A diario la temperatura pasaba de los 40º y les prohibían beber mientras trabajaban, porque eso les hacía sudar. El niño aguador, les llevaba una vez al día el piporro. ¡Cuántas vidas habrá salvado el humilde gazpacho extremeño que se tomaban en el almuerzo!

     Entre tanto mi madre aprendió, de la suya y de su abuela, a preparar el alimento para un bebé cuando se le destetaba o como complemento si la teta no daba la cantidad suficiente. Mamé hasta pasados los dos años, pero como refuerzo, mi madre arrimaba un pucherino a la lumbre con un poco de agua, otro tanto de leche, un chorrino de aceite, una pizca de ajo, y otra de laurel y lo dejaba romper a cocer; después añadía un puñado de arroz o unas sopas picadas finitas de un cacho de pan duro. Según fui creciendo, me destripaba con el tenedor unos cuantos garbanzos del cocido o unos trozos de patatas, con lo cual y envuelta en el humo perenne de la lumbre en la chimenea, enseguida me adapté a comer lo mismo que ellos. Y así, crecía y crecía bien “escachapá”.

     Cuando terminó mi primer verano, regresó mi padre de la campaña de la siega. Yo tendría unos cuatro o cinco meses y Rufina, que era amiga de mis padres, me tomó en brazos y salió conmigo a la plazoleta para recibirle. Mi padre la saludó pero, lógicamente, no me reconoció y ella estalló en risotadas, como cada vez que nos hemos reencontrado a lo largo de la vida y nos contaba por enésima vez la historia. Confieso que me encantaba su relato.

     Otra vez unidos, pero con el humo negro de la necesidad sobrevolando nuestras cabezas y sin vislumbrar ni un resquicio siquiera de un futuro que nos abriese las puertas para salir de aquel hoyo de carencias que es lo único que nos ofrecía la vida.
     Llegó el invierno y entre lumbres y humaredas, una pelusilla rebelde amenazaba con cubrir mi cabeza…


Luisa Arellano

continuación del relato “De humo y humores (I)” ya publicado en El Blues de las Encinas http://elblusdelasencinas.blogspot.com.es/2011/04/de-humo-y-humores-i.html

4 comentarios:

cristal00k dijo...

¡Que maravilla! hazme el favor de continuarlo, o decirme donde puedo seguirlo, si tal cosa es posible, niña.

Besos!!

Luisa Arellano dijo...

¿Quién puede negarse con semejantes ánimos? Mi intención es que continúe, pero lo hará siempre que los hados de la salud me lo permitan y lo cierto es que últimamente están en plan rebelde. :)
De momento he conseguido rematar este segundo capítulo, que visto lo visto no es poco.
Gracias, corazón, eres todo un lujo.

¡Besitos!

María Socorro Luis dijo...


Fui a releer la primera parte de tu relato (12 abril 2011) y así recordé de donde vienen los humos... Me encanta como cuentas tu nacimiento y los primeros aconteceres de tu vida tan real, natural y sinceramente. Y espero, pronto un nuevo capítulo.

Con un abrazo fuerte y mis deseos de tu pronta recuperación.

Luisa Arellano dijo...

Soco, viene hace unos días a responderte y solo me dio tiempo a hacer un enlace de uno de tus poemas a mi Facebook :D

Me alegra haber comprobado que sigues escribiendo de maravilla y también que hayas venido a leer mis oxidadas letras. Besotes.